domingo, 30 de noviembre de 2014

CARTA APOSTÓLICA DEL PAPA FRANCISCO A LOS CONSAGRADOS



CARTA APOSTÓLICA
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A TODOS LOS CONSAGRADOS
CON OCASIÓN DEL
AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA



Queridas consagradas y queridos consagrados

Os escribo como Sucesor de Pedro, a quien el Señor Jesús confió la tarea de confirmar a sus hermanos en la fe (cf. Lc 22,32), y me dirijo a vosotros como hermano vuestro, consagrado a Dios como vosotros.

Demos gracias juntos al Padre, que nos ha llamado a seguir a Jesús en plena adhesión a su Evangelio y en el servicio de la Iglesia, y que ha derramado en nuestros corazones el Espíritu Santo que nos da alegría y nos hace testimoniar al mundo su amor y su misericordia.

He decidido convocar un Año de la Vida Consagrada haciéndome eco del sentir de muchos y de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, con motivo del 50 aniversario de la Constitución dogmática Lumen gentiumsobre la Iglesia, que en el capítulo sexto trata de los religiosos, así como del Decreto Perfectae caritatis sobre la renovación de la vida religiosa. Dicho Año comenzará el próximo 30 de noviembre, primer Domingo de Adviento, y terminará con la fiesta de la Presentación del Señor, el 2 de febrero de 2016.

Después de escuchar a la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, he indicado como objetivos para este Año los mismos que san Juan Pablo II propuso a la Iglesia a comienzos del tercer milenio, retomando en cierto modo lo que ya había dicho en la Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata: «Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir. Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas» (n. 110).

I . Objetivos para el Año de la Vida Consagrada.

1. El primer objetivo es mirar al pasado con gratitud. Cada Instituto viene de una rica historia carismática. En sus orígenes se hace presente la acción de Dios que, en su Espíritu, llama a algunas personas a seguir de cerca a Cristo, para traducir el Evangelio en una particular forma de vida, a leer con los ojos de la fe los signos de los tiempos, a responder creativamente a las necesidades de la Iglesia. La experiencia de los comienzos ha ido después creciendo y desarrollándose, incorporando otros miembros en nuevos contextos geográficos y culturales, dando vida a nuevos modos de actuar el carisma, a nuevas iniciativas y formas de caridad apostólica. Es como la semilla que se convierte en un árbol que expande sus ramas.

Es oportuno que cada familia carismática recuerde este Año sus inicios y su desarrollo histórico, para dar gracias a Dios, que ha dado a la Iglesia tantos dones, que la embellecen y la preparan para toda obra buena (cf. Lumen gentium, 12).

Poner atención en la propia historia es indispensable para mantener viva la identidad y fortalecer la unidad de la familia y el sentido de pertenencia de sus miembros. No se trata de hacer arqueología o cultivar inútiles nostalgias, sino de recorrer el camino de las generaciones pasadas para redescubrir en él la chispa inspiradora, los ideales, los proyectos, los valores que las han impulsado, partiendo de los fundadores y fundadoras y de las primeras comunidades. También es una manera de tomar conciencia de cómo se ha vivido el carisma a través de los tiempos, la creatividad que ha desplegado, las dificultades que ha debido afrontar y cómo fueron superadas. Se podrán descubrir incoherencias, fruto de la debilidad humana, y a veces hasta el olvido de algunos aspectos esenciales del carisma. Todo es instructivo y se convierte a la vez en una llamada a la conversión. Recorrer la propia historia es alabar a Dios y darle gracias por todos sus dones.

Le damos gracias de manera especial por estos últimos 50 años desde el Concilio Vaticano II, que ha representado un «soplo» del Espíritu Santo para toda la Iglesia. Gracias a él, la vida consagrada ha puesto en marcha un fructífero proceso de renovación, con sus luces y sombras, ha sido un tiempo de gracia, marcado por la presencia del Espíritu.

Que este Año de la Vida Consagrada sea también una ocasión para confesar con humildad, y a la vez con gran confianza en el Dios amor (cf. 1 Jn 4,8), la propia fragilidad, y para vivirlo como una experiencia del amor misericordioso del Señor; una ocasión para proclamar al mundo con entusiasmo y dar testimonio con gozo de la santidad y vitalidad que hay en la mayor parte de los que han sido llamados a seguir a Cristo en la vida consagrada.

2. Este Año nos llama también a vivir el presente con pasión. La memoria agradecida del pasado nos impulsa, escuchando atentamente lo que el Espíritu dice a la Iglesia de hoy, a poner en práctica de manera cada vez más profunda los aspectos constitutivos de nuestra vida consagrada.
Desde los comienzos del primer monacato, hasta las actuales «nuevas comunidades», toda forma de vida consagrada ha nacido de la llamada del Espíritu a seguir a Cristo como se enseña en el Evangelio (cf. Perfectae caritatis, 2). Para los fundadores y fundadoras, la regla en absoluto ha sido el Evangelio, cualquier otra norma quería ser únicamente una expresión del Evangelio y un instrumento para vivirlo en plenitud. Su ideal era Cristo, unirse a él totalmente, hasta poder decir con Pablo: «Para mí la vida es Cristo» (Flp 1,21); los votos tenían sentido sólo para realizar este amor apasionado.

La pregunta que hemos de plantearnos en este Año es si, y cómo, nos dejamos interpelar por el Evangelio; si este es realmente elvademecum para la vida cotidiana y para las opciones que estamos llamados a tomar. El Evangelio es exigente y requiere ser vivido con radicalidad y sinceridad. No basta leerlo (aunque la lectura y el estudio siguen siendo de extrema importancia), no es suficiente meditarlo (y lo hacemos con alegría todos los días). Jesús nos pide ponerlo en práctica, vivir sus palabras.

Jesús, hemos de preguntarnos aún, ¿es realmente el primero y único amor, como nos hemos propuesto cuando profesamos nuestros votos? Sólo si es así, podemos y debemos amar en la verdad y la misericordia a toda persona que encontramos en nuestro camino, porque habremos aprendido de él lo que es el amor y cómo amar: sabremos amar porque tendremos su mismo corazón.

Nuestros fundadores y fundadoras han sentido en sí la compasión que embargaba a Jesús al ver a la multitud como ovejas extraviadas, sin pastor. Así como Jesús, movido por esta compasión, ofreció su palabra, curó a los enfermos, dio pan para comer, entregó su propia vida, así también los fundadores se han puesto al servicio de la humanidad allá donde el Espíritu les enviaba, y de las más diversas maneras: la intercesión, la predicación del Evangelio, la catequesis, la educación, el servicio a los pobres, a los enfermos... La fantasía de la caridad no ha conocido límites y ha sido capaz de abrir innumerables sendas para llevar el aliento del Evangelio a las culturas y a los más diversos ámbitos de la sociedad.

El Año de la Vida Consagrada nos interpela sobre la fidelidad a la misión que se nos ha confiado. Nuestros ministerios, nuestras obras, nuestras presencias, ¿responden a lo que el Espíritu ha pedido a nuestros fundadores, son adecuados para abordar su finalidad en la sociedad y en la Iglesia de hoy? ¿Hay algo que hemos de cambiar? ¿Tenemos la misma pasión por nuestro pueblo, somos cercanos a él hasta compartir sus penas y alegrías, así como para comprender verdaderamente sus necesidades y poder ofrecer nuestra contribución para responder a ellas? «La misma generosidad y abnegación que impulsaron a los fundadores – decía san Juan Pablo II – deben moveros a vosotros, sus hijos espirituales, a mantener vivos sus carismas  que, con la misma fuerza del Espíritu que los ha suscitado, siguen enriqueciéndose y adaptándose, sin perder su carácter genuino, para ponerse al servicio de la Iglesia y llevar a plenitud la implantación de su Reino».[1]

Al hacer memoria de los orígenes sale a luz otra dimensión más del proyecto de vida consagrada. Los fundadores y fundadoras estaban fascinados por la unidad de los Doce en torno a Jesús, de la comunión que caracterizaba a la primera comunidad de Jerusalén. Cuando han dado vida a la propia comunidad, todos ellos han pretendido reproducir aquel modelo evangélico, ser un sólo corazón y una sola alma, gozar de la presencia del Señor (cf. Perfectae caritatis, 15).

Vivir el presente con pasión es hacerse «expertos en comunión», «testigos y artífices de aquel “proyecto de comunión” que constituye la cima de la historia del hombre según Dios».[2] En una sociedad del enfrentamiento, de difícil convivencia entre las diferentes culturas, de la prepotencia con los más débiles, de las desigualdades, estamos llamados a ofrecer un modelo concreto de comunidad que, a través del reconocimiento de la dignidad de cada persona y del compartir el don que cada uno lleva consigo, permite vivir en relaciones fraternas.

Sed, pues, mujeres y hombres de comunión, haceos presentes con decisión allí donde hay diferencias y tensiones, y sed un signo creíble de la presencia del Espíritu, que infunde en los corazones la pasión de que todos sean uno (cf. Jn 17,21). Vivid la mística del encuentro: «la capacidad de escuchar, de escuchar a las demás personas. La capacidad de buscar juntos el camino, el método»,[3] dejándoos iluminar por la relación de amor que recorre las tres Personas Divinas (cf. 1 Jn 4,8) como modelo de toda relación interpersonal.

3. Abrazar el futuro con esperanza quiere ser el tercer objetivo de este Año. Conocemos las dificultades que afronta la vida consagrada en sus diversas formas: la disminución de vocaciones y el envejecimiento, sobre todo en el mundo occidental, los problemas económicos como consecuencia de la grave crisis financiera mundial, los retos de la internacionalidad y la globalización, las insidias del relativismo, la marginación y la irrelevancia social... Precisamente en estas incertidumbres, que compartimos con muchos de nuestros contemporáneos, se levanta nuestra esperanza, fruto de la fe en el Señor de la historia, que sigue repitiendo: «No tengas miedo, que yo estoy contigo» (Jr 1,8).

La esperanza de la que hablamos no se basa en los números o en las obras, sino en aquel en quien hemos puesto nuestra confianza (cf. 2 Tm 1,12) y para quien «nada es imposible» (Lc 1,37). Esta es la esperanza que no defrauda y que permitirá a la vida consagrada seguir escribiendo una gran historia en el futuro, al que debemos seguir mirando, conscientes de que hacia él es donde nos conduce el Espíritu Santo para continuar haciendo cosas grandes con nosotros.

No hay que ceder a la tentación de los números y de la eficiencia, y menos aún a la de confiar en las propias fuerzas. Examinad los horizontes de la vida y el momento presente  en vigilante vela. Con Benedicto XVI, repito: «No os unáis a los profetas de desventuras que proclaman el final o el sinsentido de la vida consagrada en la Iglesia de nuestros días; más bien revestíos de Jesucristo y portad las armas de la luz – como exhorta san Pablo (cf. Rm 13,11-14) –, permaneciendo despiertos y vigilantes».[4] Continuemos y reemprendamos siempre nuestro camino con confianza en el Señor.

Me dirijo sobre todo a vosotros, jóvenes. Sed el presente viviendo activamente en el seno de vuestros Institutos, ofreciendo una contribución determinante con la frescura y la generosidad de vuestra opción. Sois al mismo tiempo el futuro, porque pronto seréis llamados a tomar en vuestras manos la guía de la animación, la formación, el servicio y la misión. Este año tendréis un protagonismo en el diálogo con la generación que os precede. En comunión fraterna, podréis enriqueceros con su experiencia y sabiduría, y al mismo tiempo tendréis ocasión de volver a proponerle los ideales que ha vivido en sus inicios, ofrecer la pujanza y lozanía de vuestro entusiasmo, y así desarrollar juntos nuevos modos de vivir el Evangelio y respuestas cada vez más adecuadas a las exigencias del testimonio y del anuncio.

Me alegra saber que tendréis oportunidades para reuniros entre vosotros, jóvenes de diferentes Institutos. Que el encuentro se haga el camino habitual de la comunión, del apoyo mutuo, de la unidad.


II - Expectativas para el Año de la Vida Consagrada

¿Qué espero en particular de este Año de gracia de la Vida Consagrada?

1. Que sea siempre verdad lo que dije una vez: «Donde hay religiosos hay alegría». Estamos llamados a experimentar y demostrar que Dios es capaz de colmar nuestros corazones y hacernos felices, sin necesidad de buscar nuestra felicidad en otro lado; que la auténtica fraternidad vivida en nuestras comunidades alimenta nuestra alegría; que nuestra entrega total al servicio de la Iglesia, las familias, los jóvenes, los ancianos, los pobres, nos realiza como personas y da plenitud a nuestra vida.

Que entre nosotros no se vean caras tristes, personas descontentas, porque «un seguimiento triste es un triste seguimiento». También nosotros, al igual que todos los otros hombres y mujeres, sentimos las dificultades, las noches del espíritu, la decepción, la enfermedad, la pérdida de fuerzas debido a la vejez. Precisamente en esto deberíamos encontrar la «perfecta alegría», aprender a reconocer el rostro de Cristo, que se hizo en todo semejante a nosotros, y sentir por tanto la alegría de sabernos semejantes a él, que no ha rehusado someterse a la cruz por amor nuestro.
En una sociedad que ostenta el culto a la eficiencia, al estado pletórico de salud, al éxito, y que margina a los pobres y excluye a los «perdedores», podemos testimoniar mediante nuestras vidas la verdad de las palabras de la Escritura: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12,10).

Bien podemos aplicar a la vida consagrada lo que escribí en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, citando una homilía de Benedicto XVI: «La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción» (n. 14). Sí, la vida consagrada no crece cuando organizamos bellas campañas vocacionales, sino cuando los jóvenes que nos conocen se sienten atraídos por nosotros, cuando nos ven hombres y mujeres felices. Tampoco su eficacia apostólica depende de la eficiencia y el poderío de sus medios. Es vuestra vida la que debe hablar, una vida en la que se trasparenta la alegría y la belleza de vivir el Evangelio y de seguir a Cristo.

Repito a vosotros lo que dije en la última Vigilia de Pentecostés a los Movimientos eclesiales: «El valor de la Iglesia, fundamentalmente, es vivir el Evangelio y dar testimonio de nuestra fe. La Iglesia es la sal de la tierra, es luz del mundo, está llamada a hacer presente en la sociedad la levadura del Reino de Dios y lo hace ante todo con su testimonio, el testimonio del amor fraterno, de la solidaridad, del compartir» (18 mayo 2013).

2. Espero que «despertéis al mundo», porque la nota que caracteriza la vida consagrada es la profecía. Como dije a los Superiores Generales, «la radicalidad evangélica no es sólo de los religiosos: se exige a todos. Pero los religiosos siguen al Señor de manera especial, de modo profético». Esta es la prioridad que ahora se nos pide: «Ser profetas como Jesús ha vivido en esta tierra... Un religioso nunca debe renunciar a la profecía» (29 noviembre 2013).

El profeta recibe de Dios la capacidad de observar la historia en la que vive y de interpretar los acontecimientos: es como un centinela que vigila por la noche y sabe cuándo llega el alba (cf. Is 21,11-12). Conoce a Dios y conoce a los hombres y mujeres, sus hermanos y hermanas. Es capaz de discernir, y también de denunciar el mal del pecado y las injusticias, porque es libre, no debe rendir cuentas a más amos que a Dios, no tiene otros intereses sino los de Dios. El profeta está generalmente de parte de los pobres y los indefensos, porque sabe que Dios mismo está de su parte.

Espero, pues, que mantengáis vivas las «utopías», pero que sepáis crear «otros lugares» donde se viva la lógica evangélica del don, de la fraternidad, de la acogida de la diversidad, del amor mutuo. Los monasterios, comunidades, centros de espiritualidad, «ciudades», escuelas, hospitales, casas de acogida y todos esos lugares que la caridad y la creatividad carismática han fundado, y que fundarán con mayor creatividad aún, deben ser cada vez más la levadura para una sociedad inspirada en el Evangelio, la «ciudad sobre un monte» que habla de la verdad y el poder de las palabras de Jesús.

A veces, como sucedió a Elías y Jonás, se puede tener la tentación de huir, de evitar el cometido del profeta, porque es demasiado exigente, porque se está cansado, decepcionado de los resultados. Pero el profeta sabe que nunca está solo. También a nosotros, como a Jeremías, Dios nos asegura: «No tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte» (1,8).

3. Los religiosos y las religiosas, al igual que todas las demás personas consagradas, están llamadas a ser «expertos en comunión». Espero, por tanto, que la «espiritualidad de comunión», indicada por san Juan Pablo II, se haga realidad y que vosotros estéis en primera línea para acoger «el gran desafío que tenemos ante nosotros» en este nuevo milenio: «Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión».[5] Estoy seguro de que este Año trabajaréis con seriedad para que el ideal de fraternidad perseguido por los fundadores y fundadoras crezca en los más diversos niveles, como en círculos concéntricos.

La comunión se practica ante todo en las respectivas comunidades del Instituto. A este respecto, invito a releer mis frecuentes intervenciones en las que no me canso de repetir que la crítica, el chisme, la envidia, los celos, los antagonismos, son actitudes que no tienen derecho a vivir en nuestras casas. Pero, sentada esta premisa, el camino de la caridad que se abre ante nosotros es casi infinito, pues se trata de buscar la acogida y la atención recíproca, de practicar la comunión de bienes materiales y espirituales, la corrección fraterna, el respeto para con los más débiles... Es «la mística de vivir juntos» que hace de nuestra vida «una santa peregrinación».[6] También debemos preguntarnos sobre la relación entre personas de diferentes culturas, teniendo en cuenta que nuestras comunidades se hacen cada vez más internacionales. ¿Cómo permitir a cada uno expresarse, ser aceptado con sus dones específicos, ser plenamente corresponsable?

También espero que crezca la comunión entre los miembros de los distintos Institutos. ¿No podría ser este Año la ocasión para salir con más valor de los confines del propio Instituto para desarrollar juntos, en el ámbito local y global, proyectos comunes de formación, evangelización, intervenciones sociales? Así se podrá ofrecer más eficazmente un auténtico testimonio profético. La comunión y el encuentro entre diferentes carismas y vocaciones es un camino de esperanza. Nadie construye el futuro aislándose, ni sólo con sus propias fuerzas, sino reconociéndose en la verdad de una comunión que siempre se abre al encuentro, al diálogo, a la escucha, a la ayuda mutua, y nos preserva de la enfermedad de la autoreferencialidad.

Al mismo tiempo, la vida consagrada está llamada a buscar una sincera sinergia entre todas las vocaciones en la Iglesia, comenzando por los presbíteros y los laicos, así como a «fomentar la espiritualidad de la comunión, ante todo en su interior y, además, en la comunidad eclesial misma y más allá aún de sus confines».[7]

4. Espero de vosotros, además, lo que pido a todos los miembros de la Iglesia: salir de sí mismos para ir a las periferias existenciales. «Id al mundo entero», fue la última palabra que Jesús dirigió a los suyos, y que sigue dirigiéndonos hoy a todos nosotros (cf. Mc 16,15). Hay toda una humanidad que espera: personas que han perdido toda esperanza, familias en dificultad, niños abandonados, jóvenes sin futuro alguno, enfermos y ancianos abandonados, ricos hartos de bienes y con el corazón vacío, hombres y mujeres en busca del sentido de la vida, sedientos de lo divino...

No os repleguéis en vosotros mismos, no dejéis que las pequeñas peleas de casa os asfixien, no quedéis prisioneros de vuestros problemas. Estos se resolverán si vais fuera a ayudar a otros a resolver sus problemas y anunciar la Buena Nueva. Encontraréis la vida dando la vida, la esperanza dando esperanza, el amor amando.

Espero de vosotros gestos concretos de acogida a los refugiados, de cercanía a los pobres, de creatividad en la catequesis, en el anuncio del Evangelio, en la iniciación a la vida de oración. Por tanto, espero que se aligeren las estructuras, se reutilicen las grandes casas en favor de obras más acordes a las necesidades actuales de evangelización y de caridad, se adapten las obras a las nuevas necesidades.

5. Espero que toda forma de vida consagrada se pregunte sobre lo que Dios y la humanidad de hoy piden.

Los monasterios y los grupos de orientación contemplativa podrían reunirse entre sí, o estar en contacto de algún modo, para intercambiar experiencias sobre la vida de oración, sobre el modo de crecer en la comunión con toda la Iglesia, sobre cómo apoyar a los cristianos perseguidos, sobre la forma de acoger y acompañar a los que están en busca de una vida espiritual más intensa o tienen necesidad de apoyo moral o material.

Lo mismo pueden hacer los Institutos dedicados a la caridad, a la enseñanza, a la promoción de la cultura, los que se lanzan al anuncio del Evangelio o desarrollan determinados ministerios pastorales, los Institutos seculares en su presencia capilar en las estructuras sociales. La fantasía del Espíritu ha creado formas de vida y obras tan diferentes, que no podemos fácilmente catalogarlas o encajarlas en esquemas prefabricados. No me es posible, pues, referirme a cada una de las formas carismáticas en particular. No obstante, nadie debería eludir este Año una verificación seria sobre su presencia en la vida de la Iglesia y su manera de responder a los continuos y nuevos interrogantes que se suscitan en nuestro alrededor, al grito de los pobres.
Sólo con esta atención a las necesidades del mundo y con la docilidad al Espíritu, este Año de la Vida Consagrada se transformará en un auténtico kairòs, un tiempo de Dios lleno de gracia y de transformación. 

III - Horizontes del Año de la Vida Consagrada

1. Con esta carta me dirijo, además de a las personas consagradas, a los laicos que comparten con ellas ideales, espíritu y misión. Algunos Institutos religiosos tienen una larga tradición en este sentido, otros tienen una experiencia más reciente. En efecto, alrededor de cada familia religiosa, y también de las Sociedades de vida apostólica y de los mismos Institutos seculares, existe una familia más grande, la «familia carismática», que comprende varios Institutos que se reconocen en el mismo carisma, y sobre todo cristianos laicos que se sienten llamados, precisamente en su condición laical, a participar en el mismo espíritu carismático.

También os animo a vosotros, fieles laicos, a vivir este Año de la Vida Consagrada como una gracia que os puede hacer más conscientes del don recibido. Celebradlo con toda la «familia» para crecer y responder a las llamadas del Espíritu en la sociedad actual. En algunas ocasiones, cuando los consagrados de diversos Institutos se reúnan entre ellos este Año, procurad estar presentes también vosotros, como expresión del único don de Dios, con el fin de conocer las experiencias de otras familias carismáticas, de los otros grupos laicos y enriqueceros y ayudaros recíprocamente.
2. El Año de la Vida Consagrada no sólo afecta a las personas consagradas, sino a toda la Iglesia. Me dirijo, pues, a todo el pueblo cristiano, para que tome conciencia cada vez más del don de tantos consagrados y consagradas, herederos de grandes santos que han fraguado la historia del cristianismo. ¿Qué sería la Iglesia sin san Benito y san Basilio, san Agustín y san Bernardo, san Francisco y santo Domingo, sin san Ignacio de Loyola y santa Teresa de Ávila, santa Ángela Merici y san Vicente de Paúl? La lista sería casi infinita, hasta san Juan Bosco, la beata Teresa de Calcuta. El beato Pablo VI decía: «Sin este signo concreto, la caridad que anima la Iglesia entera correría el riesgo de enfriarse, la paradoja salvífica del Evangelio de perder garra, la “sal” de la fe de disolverse en un mundo de secularización» (Evangelica testificatio, 3).

Invito por tanto a todas las comunidades cristianas a vivir este Año, ante todo dando gracias al Señor y haciendo memoria reconocida de los dones recibidos, y que todavía recibimos, a través de la santidad de los fundadores y fundadoras, y de la fidelidad de tantos consagrados al propio carisma. Invito a todos a unirse en torno  a las personas consagradas, a alegrarse con ellas, a compartir sus dificultades, a colaborar con ellas en la medida de lo posible, para la realización de su ministerio y sus obras, que son también las de toda la Iglesia. Hacedles sentir el afecto y el calor de todo el pueblo cristiano.

Bendigo al Señor por la feliz coincidencia del Año de la Vida Consagrada con el Sínodo sobre la familia. Familia y vida consagrada son vocaciones portadoras de riqueza y gracia para todos, ámbitos de humanización en la construcción de relaciones vitales, lugares de evangelización. Se pueden ayudar unos a otros.

3. Con esta carta me atrevo a dirigirme también a las personas consagradas y a los miembros de las fraternidades y comunidades pertenecientes a Iglesias de tradición diferente a la católica. El monacato es un patrimonio de la Iglesia indivisa, todavía muy vivo tanto en las Iglesias ortodoxas como en la Iglesia Católica. En él, como otras experiencias posteriores al tiempo en el que la Iglesia de Occidente todavía estaba unida, se han inspirado iniciativas análogas surgidas en el ámbito de las Comunidades eclesiales de la Reforma, que luego han continuado a generar en su seno otras expresiones de comunidades fraternas y de servicio.

La Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica ha programado iniciativas para propiciar encuentros entre miembros pertenecientes a experiencias de la vida consagrada y fraterna de las diversas Iglesias. Aliento vivamente estas reuniones, para que crezca el conocimiento recíproco, la estima, la mutua colaboración, de manera que el ecumenismo de la vida consagrada sea una ayuda en el proyecto más amplio hacia la unidad entre todas las Iglesias.

4. Tampoco podemos olvidar que el fenómeno de la vida monástica y de otras expresiones de fraternidad religiosa existe también en todas las grandes religiones. No faltan experiencias, también consolidadas, de diálogo inter-monástico entre la Iglesia Católica y algunas de las grandes tradiciones religiosas. Espero que el Año de la Vida Consagrada sea la ocasión para evaluar el camino recorrido, para sensibilizar a las personas consagradas en este campo, para preguntarnos sobre nuevos pasos a dar hacia una recíproca comprensión cada vez más profunda y para una colaboración en muchos ámbitos comunes de servicio a la vida humana.

Caminar juntos es siempre un enriquecimiento, y puede abrir nuevas vías a las relaciones entre pueblos y culturas, que en este período aparecen plagadas de dificultades.

5. Por último, me dirijo a mis hermanos en el episcopado. Que este  Año sea una oportunidad para acoger cordialmente y con alegría la vida consagrada como un capital espiritual para el bien de todo el Cuerpo de Cristo (cf. Lumen gentium, 43), y no sólo de las familias religiosas. «La vida consagrada es un don para la Iglesia, nace en la Iglesia, crece en la Iglesia, está totalmente orientada a la Iglesia».[8] De aquí que, como don a la Iglesia, no es una realidad aislada o marginal, sino que pertenece íntimamente a ella, está en el corazón de la Iglesia como elemento decisivo de su misión, en cuanto expresa la naturaleza íntima de la vocación cristiana y la tensión de toda la Iglesia Esposa hacia la unión con el único Esposo; por tanto, «pertenece sin discusión a su vida y a su santidad» (ibíd., 44).

En este contexto, invito a los Pastores de las Iglesias particulares a una solicitud especial para promover en sus comunidades los distintos carismas, sean históricos, sean carismas nuevos, sosteniendo, animando, ayudando en el discernimiento, haciéndose cercanos con ternura y amor a las situaciones de dolor y debilidad en las que puedan encontrarse algunos consagrados y, en especial, iluminando con su enseñanza al Pueblo de Dios el valor de la vida consagrada,  para hacer brillar su belleza y santidad en la Iglesia.

Encomiendo a María, la Virgen de la escucha y la contemplación, la primera discípula de su amado Hijo, este Año de la Vida Consagrada. A ella, hija predilecta del Padre y revestida de todos los dones de la gracia, nos dirigimos como modelo incomparable de seguimiento en el amor a Dios y en el servicio al prójimo.

Agradecido desde ahora con todos vosotros por los dones de gracia y de luz con los que el Señor nos quiera enriquecer, acompaño a todos con la Bendición Apostólica.

Vaticano, 21 de noviembre 2014, fiesta de la Presentación de la Santísima Virgen María.

Francisco 



[1] Carta ap. Los caminos del Evangelio, a los religiosos y religiosas de América Latina con motivo del V centenario de la evangelización del Nuevo Mundo (29 junio 1990), 26.
[2] Sagrada Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares, Religiosos y promoción humana (12 agosto 1980), 24:L’Osservatore Romano, ed. en lengua española, 14 diciembre 1980, p. 16.
[3] A los estudiantes de los colegios pontificios y residencias sacerdotales de Roma, 12  mayo 2014.
[4] Homilía en la fiesta de la Presentación del Señor, 2 febrero 2013.
[5] Carta ap. Novo millennio ineunte, 6 enero 2001, 43
[6] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24 noviembre 2013, 87.
[7] Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal. Vita consecrata, 25 marzo 1996,51.
[8] J. M. Bergoglio, Intervención en el Sínodo sobre la vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo, XVI Congregación general, 13 octubre 1994.

viernes, 28 de noviembre de 2014

AGENDA CONFRU AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA


2014
FECHA
ACTIVIDAD

22 noviembre

Encuentro Diocesano de la VC –11hs. Misa de apertura del año de la Vida Consagrada para la VC de Montevideo (Casa Vianney – Melilla)

2015
FECHA
ACTIVIDAD

28 de enero

Dra. Alicia Zanotti de Savanti: Inmadurez afectiva y celibato (Organiza DEVYM)
  •             Horario: 9 a 17hs.
  •       Lugar: Obispado de Maldonado

  Anotarse al 10/01 a: grai@adinet.com.uy
(P. Gabriel Rainuso)


21 al 22 marzo

Asamblea General y Electiva de CONFRU


11 de abril

Encuentro Pascual de Adultos Mayores (lugar y horario a confirmar)


26 de abril
Jornada de oración por las vocaciones a la VC (Domingo del Buen Pastor) - Subsidio Pastoral -



30 de mayo al 3 de junio


Amadeo Cencini: Vida comunitaria, la formación en tiempos de cambios, consistencias e inconsistencias, vida afectiva.
  •      Horario: de 9 a 12 y de 14.30 a 17.30hs.
  •       Lugar: Conventuales (Canelones 1164)


18 al 21 junio
Congreso de la VC (Bogotá – Colombia)
El día 17 iniciará el encuentro de Nuevas Generaciones para unirse posteriormente al Congreso


21 al 24 de junio

XIX Asamblea General CLAR (Bogotá – Colombia)


5 - 12 - 19 de agosto
(días miércoles)
Taller Formación Permanente VC (Religiosos Profesos – Institutos seculares) Lugar a confirmar - Horario: 19.30 a 21.30hs.



5 y 6 de setiembre
Jornada Nacional de la Juventud – Montevideo - (posible expo-carisma – a confirmar)


12 de setiembre

Encuentro Adultos Mayores


18 y 19 de setiembre

Encuentro de Nuevas Generaciones (Pos-Congreso)


8 de noviembre
Los consagrados peregrinamos a la Virgen de los 33 para dar gracias por el don de la vocación


Diciembre

Retiro para Adultos mayores (lugar y fecha a confirmar)

domingo, 23 de noviembre de 2014




"Betania, casa de encuentro, comunidad de amor y corazón de humanidad"
 inspira el LOGO que ofrece la CLAR
en el AÑO de la VIDA CONSAGRADA
y en atención al Congreso que se celebrará en Bogotá  del 18 al 21 de junio del 2015

- El árbol refleja la cruz a la que nos abrazamos con esperanza (color verde) y ‘amando hasta el martirio’; se trata de un cafeto, muy propio de la mayoría de los países del Continente, cuyos tres colores (rojo de los frutos, verde de las hojas, blanco de las flores) evocan lo que nos caracteriza como Consagradas/os, que es la vivencia de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia; éstos, y los demás colores y tonos, expresan la policromía, la diversidad y la multiplicidad de nuestros carismas, que recibimos y vivimos como dones del Espíritu Santo.

- Esta misma trilogía, que evoca también las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad, se expresa en las tres cuádruples líneas de la base, para indicar: las raíces del árbol, de la cruz y de la VC; los caminos del peregrino y las rutas del navegante; además, con el color azul, las fuentes de la vida, las aguas que nos ligan a la creación y al cosmos, y el sentido mariano de nuestra vocación.

- Las semillas esparcidas, que indican el camino que rodea a los ríos, resaltan el carácter germinal y germinante de la minoridad, tan importante hoy en la VC.

- Estos símbolos están coronados e integrados por las tres frases del icono de Betania que la CLAR ha integrado en su hermenéutica y en el lema del Congreso como un llamado a una vida nueva, pascual, para la que es necesaria la colaboración de la comunidad y la voluntad de caminar con la libertad propia de los hijos de Dios; su forma es circular, para referirse a Trinidad, fuente y modelo de nuestra vida en comunidad, y a la Iglesia, Madre y Maestra de los discípulos misioneros consagradas/os.

- A partir de este marco se anuncia el Congreso, ligado al Año de la Vida Consagrada y a la vida que las/os Consagradas/os escuchan donde ella clama. Esta referencia al Congreso la podrá remplazar, en la segunda versión del logo que se adjunta, cualquier Conferencia Nacional o cualquier comunidad que quiera utilizar el modelo, para motivar las propuestas, los programas, las acciones, las actividades… que quiera impulsar con motivo de este Año de la Vida Consagrada.

- La propuesta surgió en el Secretariado General de la CLAR; su logro artístico se debe a la diseñadora Liliana Martínez Peña, de México

sábado, 22 de noviembre de 2014

IIª CARTA para el AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA

¡¡NO DEJEMOS DE LEERLA!!

SEMINARIO DE RE-CONFIGURACIÓN DE ESTRUCTURAS DE ANIMACIÓN DE LA VIDA RELIGIOSA - Buenos Aires - Argentina, 10 a 12 de noviembre de 2014

"Todo lo puedo en Cristo que me da la fuerza"
(Flp 4,13)



A las religiosas y los religiosos del Continente:

A invitación de la CLAR, al I SEMINARIO DE RECONFIGURACIÓN DE ESTRUCTURAS DE ANIMACIÓN DE LA VIDA RELIGIOSA, respondimos 84 religiosas y religiosos, provenientes de 16 países y 43 congregaciones de América Latina, el Caribe, USA y Europa.
Queremos socializar el caminar que estamos realizando en los procesos alternativos de renovación, hace tiempo emprendidos con fe y generosidad, pese a las dificultades y retos que ello implica. Bajo el lema “Escuchemos a Dios donde la vida clama”, seguimos intentando responder a los desafíos del mundo de hoy, de la Iglesia y de nuestras comunidades, para que la sal de nuestra vida no pierda su sabor ni se extinga la luz que estamos llamados a ser.
La energía dinamizadora de estos tres días de trabajo, ha representado para cada uno de nosotros, un llamado a mirar el presente, a veces lento, con la certeza de que el futuro no será repetición de un pasado reciclado sino un horizonte inédito para cada una de nuestras comunidades. En eso estamos, permitiéndonos que la Palabra de Dios, que la realidad nos abracen, y que nosotros las abracemos desde el despojo, la pobreza y la minoridad, para que el grito de los pobres no se quede sin respuestas.
El compartir experiencias de Re-configuración de estructuras de animación y servicio y su re-lectura, nos invita, a la luz de la Evangelii Gaudium (27), a afrontar con decisión, respeto y responsabilidad los desafíos de nuestra misión. La heredad que hemos recibido de nuestros Fundadores debe pasar por una renovación de métodos, de mentalidad y de generosidad.
El Icono de Betania, base del Horizonte Inspirador de la CLAR, sigue siendo elemento de iluminación teológica: la muerte que lleva a la vida nos invita a una Vida Consagrada nueva. El gesto de Jesús que resucita a Lázaro, los gestos de María y Marta que lo buscan y lo acogen en su casa, nos muestran hasta dónde puede llegar la fuerza de la gracia de Dios, y como esta fuerza genera la conversión. El proceso de Re-configuración, más allá del dolor y las complicaciones propias, debe transformarse en verdadero testimonio del amor de Dios.
El carisma que nos trasmitieron nuestros fundadores hoy se ve enriquecido con la presencia cercana de los laicos. Es un nuevo tiempo de esfuerzos comunes que se verán fortalecidos con la apertura de nuestros carismas a aquellos que están en búsqueda de Dios y de espacios para consagrar su vida en el Reino.
Sabemos que la tarea no es fácil. Por ello nos invitamos a construir juntos nuestra historia, avanzando en la Re-configuración desde el compromiso personal, comunitario, intercongregacional, y de las Conferencias Nacionales y las Regiones. Queremos renovarnos, sensibilizarnos y fortalecernos en comunión.
Agradecemos a todos los que han hecho posible este Seminario, a los que en el silencio han colaborado, a los que han compartido sus vivencias y su historia, en especial a nuestros facilitadores y a la sede anfitriona, la CONFAR.
Que nuestro Señor y Maestro, con la fuerza de su Espíritu, nos impulse en audacia y valentía para avanzar fieles a su Palabra y al legado de nuestros Fundadores, y que María de Luján acompañe nuestro caminar hacia nuevos compromisos de Re-configuración.

Participantes en el I Seminario de Re-configuración de Estructuras
de Animación de la Vida Religiosa

ENCUENTRO de la VIDA CONSAGRADA de MONTEVIDEO

Los CONSAGRADOS y CONSAGRADAS de la Arquidiócesis de Montevideo, nos reunimos en la casa Vianney (Rincón de Melilla) para celebrar el don de la vocación en este AÑO de GRACIA que pronto iniciaremos.
Agradecemos la presencia de Mons. Daniel Sturla  y Milton Tróccoli y de todos los religiosos que se animaron a celebrar la vocación a pesar de la "lluvia".

viernes, 21 de noviembre de 2014

NOS ESCRIBE LA PRESIDENTA DE LA CLAR

                                                                Con motivo de la apertura del
Año dedicado a la Vida Consagrada,
30 de noviembre de 2014

Muy queridas hermanas y hermanos:

“¡Despierten al mundo!”

Hemos acogido la noticia del Año dedicado a la Vida Consagrada con inmensa alegría y gratitud con nuestro querido Papa Francisco. Nos ha sorprendido positivamente este detalle de extraordinaria cercanía y valoración.

Para celebrar la apertura de este año, sin duda, han surgido muchas iniciativas que nos congregan, con corazón agradecido, para acoger en comunión este tiempo de gracia. ¿Qué es lo que el Papa nos invita a celebrar en este año? En primer lugar, nos invita a renovar nuestra fidelidad al Evangelio, a reavivar el don de la profecía y a fortalecernos en la esperanza, para vivir en el hoy de la humanidad.

Como Vida Religiosa latinoamericana y caribeña, nos hemos sentido iluminadas/os con fuerza y profundidad, en el Horizonte Inspirador de la CLAR, por el icono de Betania: Casa de encuentro, Comunidad de amor y Corazón de humanidad.  Este icono bíblico es coronado ahora con la celebración de este año, que en el fondo es una invitación a “quitar la piedra… salir fuera… desatar las vendas para poder andar”. El Papa Francisco, una y otra vez, nos habla de una Vida Religiosa que sale al encuentro de la vida, de la historia, de la humanidad. Y el Evangelio, la profecía y la esperanza son tres realidades que descentran y nos lanzan a dejar nuestras autorreferencias y a vivir “en salida”.

Que esta celebración tenga frutos de conversión y de alegría en quienes vivimos esta hermosa vocación. Que la Palabra de Dios, en todas sus formas, esté en el centro de nuestro corazón y de nuestra misión; que alimente nuestra oración personal y comunitaria; que dirija nuestros encuentros sororales y fraternos; que sea el punto de partida y el contenido de nuestra misión evangelizadora, así como el criterio que nos lance a vivir desde los pobres y para los pobres. Que la celebración de este año de gracia desempolve nuestra identidad profética y la dinamice con la audacia y la creatividad, con la inquietud del amor, con la pasión hecha compasión, descentramiento, ternura, consuelo. Y que reavive nuestra esperanza, esa que adelanta el futuro y que llena de sentido cada uno de nuestros esfuerzos por ser coherentes, transparentes, por ser dóciles al Espíritu que nos urge a una Vida Religiosa significativa, que “toca la carne de Cristo”, que camina en el hoy, compartiendo los gozos y los dolores de la humanidad de la que ella es también parte.

En la carta “Alegraos”, se nos recuerda lo que dice el Papa Francisco: que la profecía de la Vida Religiosa consiste en despertar al mundo. Es así como se concretiza nuestro seguimiento radical de Jesús. Sólo despertaremos al mundo en la medida en que demos testimonio de comunión, de inter-congregacionalidad, de compartir nuestro carisma y misión codo a codo con los laicos. La gente despertará cuando vea un nuevo rostro de Vida Religiosa, con gestos nuevos, cuando vea que las Nuevas Generaciones y las antiguas se complementan y sostienen mutuamente, cuando nos vean felices en la sencillez, en el servicio, en la calidad humana de nuestras relaciones. Despertaremos al mundo cuando vayamos a su encuentro, y lo toquemos con la ternura y la alegría de una madre, un padre, una hermana o un hermano; lo despertaremos cuando vean una Vida Religiosa con “Luz en la mirada, Palabra en los labios y Fuego en el corazón”.

El inicio de este Año dedicado a la Vida Consagrada coincide con el primer domingo de Adviento, el tiempo por excelencia de la esperanza, la cual debe caracterizarnos siempre. Nuestra Buena Madre María nos acompaña. Ella, la Virgen de la esperanza, causa de nuestra alegría, nos enseñe, con su Magníficat, a “mirar el pasado con gratitud, el futuro con esperanza y el presente con pasión”. De su mano entremos por la puerta de este Adviento, tiempo que expresa muy bien los anhelos que tenemos de una Vida Religiosa más humana, más auténtica, más sencilla y más evangélica; una Vida Religiosa que exprese la calidez de la ternura y de la alegría y aprenda con humildad, a escrutar la presencia de Dios y los signos de los tiempos, para caminar, con prontitud y docilidad, por los caminos del Espíritu.

¡Con alegría agradecida demos inicio a este Año! Aprovechemos esta oportunidad para dar a conocer la belleza de la Vida Consagrada y para alimentar así la comunión con nuestros Pastores, con nuestro mundo, con todo el Pueblo de Dios. Hermanas y hermanos, emprendamos el camino, ¡despertemos a la humanidad!


Mercedes Leticia Casas Sánchez, fsps
Presidenta de la CLAR
PROT: 3.1.1-19